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La acción diplomática desempeñada con manifiesta habilidad por Alfonso
de Borja en las negociaciones que, en diferentes épocas, se entablaron
entre la curia romana y la corte aragonesa para procurar la cancelación
de los restos cismáticos que pervivían en la Corona de Aragón y la
sumisión efectiva del clero aragonés al Papa de Roma –labor magnificada
por todos los biógrafos de nuestro Borja como clave explicativa de su
sorprendente carrera eclesiástica – está íntimamente ligada a la
compleja política eclesial del rey Alfonso V de Aragón. La postura real
ante el cisma conoce dos etapas: en un primer momento, siguiendo el
camino iniciado por su padre, el Magnánimo abandonará con decisión la
causa de Benedicto XIII e impulsará sinceramente la participación de sus
estados en el concilio de Constanza, reconociendo al Papa Martín V. Pero
más tarde, ante la oposición del pontífice romano a sus exigencias,
Alfonso resucitará el fantasma de Peñíscola y alentará la continuación
del cisma, para forzarle a secundar sus intereses; y sólo después de
obtener éstos obligará al antipapa a dimitir. Dentro de este cuadro
general se inserta la actividad diplomática de Borja, al servicio de
Alfonso el Magnánimo, que se desarrollará a través de su intervención
como representante del rey en las legaciones desempeñadas en 1418 por el
cardenal de Pisa y en 1429 por el cardenal Pedro de Foix, enviados por
Martín V con la misión de poner el definitivo punto final al cisma”.
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Benedicto
XIII, Papa Luna |
¿QUÉ ES EL CISMA DE OCCIDENTE? Este cisma viene de la división de la
Iglesia durante 40 años, después de sucesivas elecciones de Urbano VI (8
abril 1378) y Clemente VII (20 septiembre de 1378) hasta la elección de
Martín V (11 noviembre de 1417).
Desgarrada por el Cisma de Oriente, probada por el exilio de Aviñón, la
cristiandad se encontró separada en dos obediencias y hubo un momento en
el que el conflicto pudo parecer irremediable.
El último de los papas de Aviñón, Gregorio XI, murió después de su
vuelta a Roma. Inmediatamente se produjo un levantamiento popular: los
romanos querían a toda costa imponer a los 16 cardenales presentes, de
los que 10 eran franceses, la elección de un Papa italiano.
¿Influyó esta agitación en los votos del cónclave haciéndolo nulo? Los
cardenales eligieron a un napolitano, al arzobispo de Bari que tomó el
nombre de Urbano VI.
No quisieron a este papa y pedían que abdicara. Animados por el rey de
Francia tuvieron un nuevo cónclave y por unanimidad eligieron a Clemente
VII.
Los cristianos se encontraron así frente a dos personas que se
proclamaban Papas. Los franceses optaron sin dudar por Clemente VII,
quien, mal escogido en Nápoles, regresó a Aviñón. En cambio los
ingleses, los alemanes y los italianos siguieron fieles a Urbano VI. Así
surgen las dos obediencias.
En Aragón, aunque el cardenal Pedro de Luna y san Vicente Ferrer
defendían los derechos de Clemente VII, Pedro IV practicó la
indiferencia; su sucesor Juan I se mantuvo en la misma línea hasta 1387,
año en que reconoció a Clemente VII. En Castilla, Enrique II sólo se
informó. Su sucesor Juan I consultó a su clero reunido en Burgos; no
hubo manera de unificarse Portugal, Navarra; se mantuvieron las dos
obediencias. Los dos Papas multiplicaron sus embajadas, usando todos los
medios de persuasión y propaganda.
A la muerte de Urbano VI, los pocos cardenales que quedaban eligieron.
Bonifacio IX, de carácter amable pero débil, recuperó en Italia el
terreno perdido. Por otra parte, a la muerte de Clemente VII, los
cardenales, a pesar de la prohibición de los reyes de Francia y Aragón,
eligieron a Pedro de Luna que tomó el nombre de Benedicto XIII (28
septiembre de 1394).
Cuarenta años duró este Cisma llamado de Occidente. Los Papas de Roma se
iban sucediendo a la muerte del Papa romano. Benedicto XIII fue tozudo y
nunca quiso dimitir, resistía en Peñíscola.
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Escudo.
Palacio del Papa |
Su sucesor fue Clemente VIII, elegido a la muerte de Benedicto XIII. El
día de san Martín del año 1417 fue elegido Papa Martín V y se abrió la
vía para restablecer la unidad de la Iglesia, que llegó a tener tres
Papas y los tres se creían legítimos. El concilio de Constanza puso fin
a este Cisma de Occidente de graves consecuencias para la Iglesia. Santa
Catalina de Siena, san Vicente Ferrer, santa Catalina de Suecia y
nuestro Alfonso de Borja, entre otros, trabajaron por devolver al tejido
de la Iglesia su unidad.
De hecho los nombres de los Papas de Aviñón, Clemente VII y Benedicto
XIII, volverán a ser tomados por nuevos Papas en los siglos XVI y XVII,
indicando la invalidez de los anteriores.
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Castillo,
palacio del Papa |
¿CUÁL FUE LA MISIÓN DE ALFONSO DE BORJA? Por aquel tiempo pervivía en
Peñíscola el Papa Luna manteniéndose tercamente en su cargo sin querer
dimitir, como ya he indicado anteriormente. La primera misión de Borja
la desempeñó en 1418, cuando el rey le encargó acompañar al cardenal de
Pisa, enviado por el Papa Martín V como legado para tratar este espinoso
problema. No hubo resultado positivo. Alfonso de Borja desempeñó bien su
cometido, dando pruebas de sus óptimas dotes diplomáticas y se vio
recompensado por el rey con una canonjía en Valencia y el curato de san
Nicolás de la misma ciudad.
Otra interesante intervención de Borja fue cuando el rey le pidió que
acompañara al cardenal Pedro de Foix, enviado también por Martín V para
acabar definitivamente con el cisma. Hasta este momento el rey había
favorecido en secreto al antipapa Clemente VIII, para obligar al Papa de
Roma a serle propicio en la conquista del reino de Nápoles y forzarle a
que le concediera grandes gracias.
Más tarde el rey retiraría el apoyo a Clemente VIII.
Es entonces cuando el Magnánimo envía a Peñíscola a Alfonso de Borja,
como experto jurista y diplomático, a gestionar los detalles canónicos
relacionados con la abdicación del antipapa Clemente VIII. Ante la
atenta mirada de Borja, Clemente VIII firmaba la renuncia a la tiara y
se despojaba de sus vestiduras pontificales. El mismo Borja urgía a los
cardenales a nombrar al nuevo Papa que resultó ser el mismo Martín V.
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Avigñón,
Palacio Papal |
Borja actuó en el desempeño de su misión con tal tacto y prudencia que
impresionó al cardenal legado, facilitándole su tarea y allanando los
obstáculos que éste pensaba encontrar para la solución del problema.
Ante el éxito de esta misión cuando el rey pidió al legado que nombrara
obispo de Valencia a Borja, no se dudó. El mismo cardenal ordenó obispo
a Alfonso de Borja en Peñíscola el 22 de agosto de 1429. Tenía entonces
cincuenta años.
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