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Apenas nombrado obispo de Valencia Alfonso de Borja, según cuenta Miguel
Navarro, tuvo que acudir al sínodo de Tortosa, convocado por el cardenal
de Foix para reformar la Iglesia de la Corona de Aragón después de la
tormenta del cisma.
Su fama de jurista hizo que la asamblea le eligiese diputado, junto al
obispo de Lleida, para presidir la comisión que se ocupaba de revisar
las cuestiones que se someterían al estudio del concilio y añadir las
que a su juicio faltaban. Pero lo cierto es que en esta asamblea le
vemos actuar más como representante del rey que como pastor de la
Iglesia.
Terminado el sínodo, el nuevo obispo tomó posesión de la diócesis por
medio de procuradores y no pudo personarse en Valencia hasta finales de
1429, en la víspera de Navidad hizo su entrada. Enseguida dio muestras
de espíritu religioso, y en la octava de la Epifanía celebró un solemne
pontifical en la catedral y predicó al pueblo de Dios. Fue poco el
tiempo que residió en ella, siempre muy ocupado en los quehaceres del
rey de Aragón.
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Catedral de
Valencia |
A pesar de ello fue un buen obispo de Valencia. Trabajó muchísimo. Nos
consta que predicaba al pueblo personalmente en las solemnidades.
Dispuso solemnes actos que fomentaran la piedad popular; fomentó todo lo
que pudo la devoción al Santísimo Sacramento: Corpus Christi. Siempre
que pudo asistió a la procesión solemne del Corpus. Y algo muy
significativo, él mismo costeaba los cirios para la procesión del
Corpus, del Jueves Santo, de la Candelaria y de santa Ana, tanto en
Valencia como en Xàtiva. Se preocupó intensamente en sanear la maltrecha
economía de la diócesis.
Su obra importante fue la convocatoria de un sínodo diocesano en 1432,
que se ocuparía de dar normas para la predicación, de las cualidades
exigidas a los sacerdotes para celebrar la misa y confesar, de los
deberes y obligaciones de los clérigos, de la reforma de las costumbres
y el decoro en la celebración de los sacramentos. También el obispo
Borja combatió la herejía de los espirituales. Este sínodo fue, sin
duda, uno de los más interesantes llevados a cabo en Valencia durante la
Edad Media, a través del cual podemos tomar el pulso al clero y a la
religiosidad valenciana de esa época.
Su piedad se refleja en las misas que hacía celebrar diariamente en la
Iglesia Colegial de Xàtiva y en la capilla de santa Ana, protectora de
los Borja; las pagaba el mismo Borja.
La devoción a santa Ana está atestiguada en la construcción de una
capilla dedicada a la santa junto a la Colegiata setabense y por los
cultos que mandaba celebrar todos los años en dicha capilla y en la
ermita que lleva su nombre, todo era poco para honrar a la madre de la
Virgen María. Sanchis Sivera enumera una larga serie de iniciativas
piadosas que desarrolló el obispo Alfonso de Borja.
Llama la atención la enorme preocupación que manifiesta Alfonso de
Borja, obispo de Valencia ante el problema de la predicación de la
Palabra de Dios. Pronto se dio cuenta de lo mal que estaba la Iglesia
valentina en este campo. Los sacerdotes basaban sus sermones en atacar a
los obispos, burlarse de los clérigos, sembrar cizaña, dividir la
Iglesia, crear grupos divididos que hacían un mal inmenso entre los
fieles. Era un clero muy flojo. Aquello preocupó muchísimo al Obispo. El
Papa Eugenio IV apoyó la reforma emprendida por Borja. Estos grupos se
llamaban espirituales y formaron una secta perniciosa y el obispo
comprendió que había que destruirla, perturbaba a los fieles y hacía
mucho daño a la Iglesia.
Valiente fue el obispo Borja pues para poner remedio a todo esto
decretaba en el sínodo lo siguiente: “que en adelante en la ciudad y en
nuestra diócesis valentina, ningún clérigo, cualquiera que sea su estado
o condición, se atreva a predicar, ni los curas ni otros a quienes
corresponda cuidar de los sermones, se atrevan a admitir a alguien a
predicar, si no es maestro, doctor, licenciado o bachiller en Sagrada
Teología o en Derecho, o al menos que habiendo sido examinado por Nos,
por nuestro vicario general o el oficial, haya sido considerado idóneo y
admitido al oficio de predicar”.
Sigue en este punto fundamental para la Iglesia de Valencia la
iniciativa de su antecesor Hug de Llupiá en el sínodo de 1422, pero el
obispo Borja mostró mayor firmeza y rigor; quiso atajar desde la raíz
ese mal que infectaba la vida cristiana de su diócesis. Fue una gran
obra de Alfonso de Borja.
Termina el sínodo ordenando que todos los curas de la diócesis tengan
copia íntegra y completa de las constituciones sinodales, para leerlas
al pueblo en sus iglesias parroquiales.
Fue una pena que el obispo Alfonso de Borja no residiera en Valencia
siempre. Nunca estuvo más de un año seguido.
Todo lo propuesto en el sínodo se hubiera logrado si el Alfonso hubiera
residido en su sede. Fue ese su gran defecto y se notó en la marcha
espiritual de la diócesis.
La sombra del rey le seguía por todas partes.
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